¿Creer o no creer en Internet?

Una de las últimas ediciones de un semanario sobre computación editado en Argentina, lleva una nota editorial planteando que hay que tener cuidado con lo que se ve y obtiene de la Internet, ya que no necesariamente se puede certificar su validez como fuente de información.

Allí llaman a dudar de todo y de hecho, Dardo Villafañe, el redactor de la nota, indica que “una postura quizás extrema sería aplicar a Internet una reedición de la duda metódica, como planteó el filósofo francés René Descartes hace cuatro siglos: dudar de todo lo que se ve y se oye como método menos contaminado para alcanzar algunas certezas. Y más si se trata de Internet”.

La razón de tanta desconfianza nace de varios antecedentes que nos han golpeado en las últimas semanas y que tienen su fuente en la misma red.

Por ejemplo, hace una semana se supo de un estudio realizado por un académico de Rutgers University demostró que en las instituciones de educación superior de Estados Unidos, un 68 por ciento de los estudiantes plantearon que cortar y pegar una, dos o más frases de un trabajo anterior en los suyos, sin ni siquiera citar la fuente, no era hacer trampa. Es decir era perfectamente lícito. Y más de la mitad de los estudiantes de la secundaria, indicaron que copiaban trabajos desde la Internet para cumplir con sus obligaciones escolares.

Aunque este tema ha dado incluso para la aparición de un rubro de empresas dedicadas a detener a los copiadores o plagiadores (como es el caso de Turnitin.com), queda claro que para atender a quienes plagian contenidos, se requiere de que esos contenidos existan y para eso la Internet funciona de maravillas.

El problema radica en que no sólo existe un delito en copiar sin citar la fuente, sino que además nadie se hace responsable por lo que se dice en sitios de Internet. Y por lo mismo, copiar datos o cifras desde cualquier lugar equivale a tomar información que llega volando escrita en un papel y darle toda la credibilidad del mundo.

En este sentido, Internet demuestra ser un arma de doble filo, con la que debemos tener cuidado, puesto que fácilmente puede llevarnos a engaño.

Sin ir más lejos, mi buzón de correo electrónico, que cada día me trae más y más sorpresas, en la última semana me entregó tres e-mails sorprendentes. Supuestamente venían de Microsoft y me informaban que esa empresa me había enviado lo necesario para “parchar” mi sistema con las últimas medidas de seguridad. Ya sé que en el “spam” no se debe confiar y por ello los envié, sin más, a la “Papelera de Reciclaje” de mi escritorio. Sólo ayer supe que era la nueva colección de virus que está dando la vuelta al mundo.

Pues bien, ¿qué hacer ante esta Internet poco confiable que a cada paso pudiera engañarnos sin dejarnos más alternativa que dejar de creerle?

Mi respuesta es que se debe actuar como ante cualquier otra creación humana. Es decir, ¿creemos todo lo que venga impreso en un libro? ¿Le hacemos caso a todo lo que dice la televisión o la radio? Por supuesto que no. La diferencia, probablemente es que como se trata de un medio nuevo, aún su rango de credibilidad es alto. Pero ya estamos comenzando a distinguir y a hacer la diferencia entre el medio y quienes lo usan para entregar contenidos a través de él.

Sin ir más lejos, hay que recordar que una experiencia similar ocurrió con la radio, cuando en 1938 Orson Welles impactó a todo Estados Unidos con su radioteatro “La Guierra de los Mundos” que hablaba de la invasión de marcianos a la Tierra. Muchos creyeron que lo que escuchaban efectivamente estaba ocurriendo.

Por lo mismo, lo que viene hacia delante es aprender a distinguir las fuentes válidas de información y a aprender a citarlas, cuando corresponda, en cualquier trabajo (como hago yo mismo, en esta columna). De esa manera, iremos construyendo un mejor ecosistema informativo, en el cual las confianzas mutuas aumenten.

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