En la calle Dr. Luis Pasteur de Puerto Ibáñez, en el corazón de la IX Región en el sur de Chile, hay un bus estacionado en la mitad de una plaza. Ya no va hacia ninguna parte, sino que su estructura se reutilizó como sala de clases para instalar una biblioteca y cuatro computadores conectados a Internet.
Desde la vereda se puede ver el Lago General Carrera y si uno pone un poco de atención, se pueden escuchar las bandurrias que sobrevuelan el pueblo, ubicado a casi tres horas de la capital regional, Coyhaique.
En el interior del bus, perteneciente a Biblioredes de la Dibam, la tranquilidad del paisaje se quiebra porque a través de las pantallas se puede acceder al mundo en tiempo real. Es la magia de estar conectado a Internet. Claro, que para usarlos hay que estar inscrito y cumplir las reglas de la casa. Por ejemplo, no se puede jugar en línea. Las máquinas están dedicadas a cosas más importantes. Aunque los niños, que frecuentemente visitan el bus, se las ingenian para hacerlo. Hay varios juegos educativos en los que pueden elegir participar.
La conexión no es rápida, pero permite mirar lo que se necesite. De hecho, muchas personas llegan allí para poder ver su correo electrónico o hacer consultas que les sirvan en su trabajo. Muchas otras localidades de la región se conectan de esa manera e incluso hay algunas más remotas, como Villa O’Higgins donde se requiere de un generador eléctrico para hacer caminar los computadores, por lo que el uso de las máquinas está íntimamente relacionado con la existencia de petróleo para hacer andar el motor.
El punto es que al utilizar Internet en estas condiciones, obliga a fijarse en lo importante, más que en lo accesorio. Es decir, preocuparse más de lo que se ofrece como información que de la forma en que ésta es mostrada. Porque navegando a uno o dos kilobits por segundo (con suerte), no hay Flash que valga. Lo que vale es el texto.
Por lo mismo, ¿qué sitios se salvan en esas circunstancias?. No muchos, en realidad. Lo hacen aquellos que están muy bien construidos y que optimizan la experiencia del usuario, permitiendo que éste llegue en pasos sencillos a la información que se le ofrece.
En estas zonas rurales cobra una importancia vital contar con buenas prácticas para el desarrollo de sitios y se hace crucial el uso de técnicas de accesibilidad y usabilidad. Gracias a ellas se puede asegurar a los usuarios que siempre podrán acceder a los contenidos que se les ofrecen de manera rápida y efectiva, y lo que no es menor, que podrán tener una experiencia de uso de acuerdo a las características de su conexión.
Si llevamos estas afirmaciones a las grandes ciudades, no dejan de tener validez, dado que sólo un 25 por ciento de quienes se conectan a Internet en el país lo hacen a través de conexiones rápidas (o de banda ancha), por lo que vemos que hay un gran masa de personas que sufre cuando se encuentra con sitios que requieren de velocidad y, al mismo tiempo, de que el usuario tenga mucha paciencia.
La pregunta y el desafío queda abierto entonces para quienes construyen sitios y para quienes pagan porque esos proyectos se desarrollen: ¿está preparado el sitio web para que accedan a él las personas que no cuentan con una conexión óptima? Y, si no lo está, ¿es posible hacer los cambios adecuados para que ello ocurra?
El desafío no es menor, si vemos la cifra oficial. Si de cada cuatro usuarios que llegan al sitio sólo uno lo puede ver en las condiciones óptimas para las cuales fue preparado, ¿no estaremos atendiendo mal a esos clientes, que por lo mismo preferirán no utilizar ese sitio que no se hace cargo de la forma en que se accede a él?
Es claro que para que la Internet avance en Chile se debe ir empujando la tecnología y apoyando la innovación en los contenidos que se vayan ofreciendo. Pero no es menos cierto, que para que ese avance sea real, hay que reocuparse de los usuarios que no cuentan con las mejores condiciones de conexión.
Por ejemplo, como el grupo de chilenos que vive en Puerto Ibáñez y que se sube al bus para navegar.