En torno a los microprocesadores, es decir, los cerebros de los computadores, han aparecido dos noticias dignas de mención en los últimos días. Y ambas tienen que ver con el hecho de que las compañías que desarrollan estas máquinas, se las han arreglado para hacerlas crecer y mejorar, aumentando sus capacidades con el paso del tiempo.
En la misma semana en que Intel presentó formalmente su Pentium 4 que desarrolla 2 Gigahertz (o sea que procesa dos millones de ciclos por segundo), IBM anunció la creación del primer transistor que tiene el tamaño de una molécula, gracias al uso del carbono como el metal de soporte de la nueva tecnología. Gracias a ello, ya se ve un camino hacia el futuro, cuando sea el momento de reemplazar el silicio como el material básico de la computación.
Pero, para comprender cabalmente estas informaciones, vayamos por parte. Los computadores son máquinas que trabajan con información binaria, ya que al usar electricidad para operar, sólo pueden basarse en unos y ceros, es decir, encendido o apagado. Y esa es la actividad que generan los transistores. Por lo tanto, mientras más transistores se puedan utilizar, mayor capacidad de procesamiento habrá a disposición del sistema operativo que se utilice.
Cuando Intel sacó al mercado su primer procesador, el 4004 en el año 1971, la tecnología permitió poner en su interior la asombrosa cantidad de 2.250 transistores. Y cuando el año pasado presentó el Pentium 4, logró incorporarle 42 millones de transistores. De allí que ese procesador pudiera llegar a realizar un millón de datos por segundo. Es decir, un gigahertz. Y que, luego de agregarle más transistores y realizar varios cambios en su estructura, alcanzara los dos gigahertz.
Es importante considerar que este aumento en el número de transistores ha estado regido por la llamada “Ley de Moore”, definida en 1965 por Gordon E. Moore (uno de los fundadores de Intel), al afirmar que el número de transistores por circuito integrado se duplicaría cada 18 meses, y que al mismo tiempo, su costo bajaría. Esto se ha cumplido sin excepciones, con la única diferencia de que a medida que se ponían más transistores en el procesador, éstos debían ser más chicos para poder acomodarlos en el espacio disponible. Además, daban problemas secundarios, como que generaban más calor y había que poner sistemas disipadores que a su vez, consumían más energía.
Por lo mismo, queda claro que hasta comienzos de este año, los chips estaban llegando a un punto peligroso, puesto que se estaba alcanzando el límite físico para integrarles más transistores. De allí que la información sobre el uso del carbono y la investigación de IBM –que lleva 10 años de desarrollo- ofrezcan tranquilidad en un camino que no parece tener fin. Especialmente ahora, que el PC ya no sólo es una máquina de escribir o de calcular, sino que gracias a la Internet, se ha transformado en el nuevo aparato para comunicar.